El presente blog está dedicado a la figura de Gaius Iulius Caesar, el romano más grande de todos los tiempos, así como al concurso sobre su figura que se realiza anualmente en el Colegio Sagrada Familia PJO de Valencia entre mis alumnos de ESO. También me sirve como medio de expresión y comunicación con mis alumnos y mis compañeros de Historia, de Clásicas, de Ludi Saguntini,de Prosopon, de Chiron y de cualquier curioso que se quiera acercar. Mi nombre es Txema Gil. Sed bienvenidos.

lunes, marzo 28, 2011

Ataque nocturno (ALESIA cap. XIII)

Pero aquella noche no hubo ocasión de esperar. Con un ensordecedor alarido provocado por millares de gargantas, dio inicio un nuevo asalto. Amparados por la oscuridad de la noche, los galos habían atravesado la llanura y se habían lanzado sobre los romanos. Flaco se estremeció ante el grito de guerra inicial de tantísimas gargantas enemigas, deseando tenerlas cerca para poder cercenarlas, aunque no veía nada. Sólo escuchaba ese terrible alarido, ahora acompañado por otro proveniente de Alesia. Vercingétorix, avisado por el grito de sus iguales, también salía a unirse a la fiesta, aunque rápidamente quedó paralizado por el temor que sus hombres le tenían a las trampas de los romanos, más aún en la oscuridad de la noche. La atención, una vez más abandonó Alesia y se concentró en el ensordecedor avance galo desde el sur. Pero muy pronto, aquel estruendo se torno en lamentos. Aquellos gritos eran ahogados por exclamaciones de dolor, por maldiciones, por el sonido de miembros cortados, cuerpos atravesados… Por el sonido de la muerte. Los galos se habían metido de lleno en la zona de trampas defensivas anterior a las empalizadas, que estaba oculta bajo un manto de hojas que la camuflaban. Estaban comprobando con sus propias vidas la tremenda efectividad de las mismas.

Algunos proyectiles comenzaron a caer sobre los romanos que se mantenían firmes en sus puestos, tratando de abrir bien los ojos y estar atentos ante cualquier movimiento para arrojar sus pilum, pero era francamente complicado por la propia oscuridad. Daba la sensación de que el fragor de la batalla volvía a estar en el sudoeste de las defensas, frente al campamento galo. Flaco y sus compañeros sufrían una tremenda inquietud sin saber qué hacer, firmes en sus puestos obedeciendo órdenes, esperando que en cualquier momento aparecieran las hordas galas enfrente de ellos. Pero el que llegó fue un jinete con la orden de César de dejar un contingente mínimo en las torres y el resto acudir con presteza a reforzar el lado sur que estaba comenzando a sufrir un ataque masivo galo que comenzaba a ser incontenible. Flaco no lo dudó ni un segundo y formó en las primeras líneas de aquellos que se concentraban para acudir en auxilio de la legio XIII Gemina, que defendía aquella posición. Al llegar, los proyectiles lanzados desde el exterior caían en gran número, señal inequívoca de la cercanía de los galos.


La multitud de muertos en las trampas se amontonaban en ellas neutralizándolas. Los galos comenzaban a pasar por encima de sus propios muertos, accediendo con mayor facilidad a la altura de los romanos, que con sus pilum y otros objetos arrojadizos de los que disponían, disparaban causando una enorme cantidad de muertos entre los galos. Pero no paraban de llegar más y más. La débil claridad de las antorchas añadía tenebrismo a la situación. El no poder ver más allá de aquella débil luz que mantenían encendidas los legionarios en puestos estratégicos según César había ordenado, hizo que Flaco dudara ligeramente antes de lanzar su primer proyectil una vez alcanzada una optima posición en aquella zona a la que había llegado hacía escasos momentos. Pero sus ojos se acostumbraron rápidamente a la oscuridad y aquello, unido a su innata capacidad de escucha superior a la del resto, hizo que Flaco comenzara a derribar enemigos. Por fin, estaba en el meollo de la batalla y se sentía útil.

Cuando llega la noche. (ALESIA cap. XII)

Pero de pronto alguien desvió la atención de lo que sucedía en la llanura:

- Mirad, las puertas de Alesia se han abierto.

Con extraña lentitud, los guerreros sitiados iniciaron un descenso hacia las defensas romanas cargados de todo tipo de objetos. Sacos de tierra, escalas, maderos y muchas más indefinibles materiales. Más que un ejército parecían una unidad de zapadores, pensó Flaco.

-Quieren neutralizar nuestras trampas. Les costará días con ese material y a esa velocidad.- dijeron desde la torre.

-No debemos preocuparnos de momento. Antes morirán ensartados que llegarán a la empalizada- contestó Flaco.

La salida de Vercingétorix parecía más un mensaje para los suyos que una acción en si misma efectiva. Rápidamente los ojos de todos los legionarios abandonaron con desinterés los trabajos de neutralización del primero de los fosos defensivos con los que habían chocado las fuerzas de Alesia y volvieron al choque entre las caballerías en el perímetro exterior. A pesar de su momentánea inactividad bélica, estaban dispuesto a combatir llegado el momento, que no dudaban que llegaría más bien pronto que tarde.

El resto de la jornada transcurrió sin que el resultado de la batalla se decantara por nadie. Los galos, era evidente, se molestaban mutuamente debido a la gran cantidad de combatientes en un espacio tan reducido, mientras que los romanos jugaban la baza de la movilidad para atacar por diferentes flancos y no presentar un frente sólido en el que el enemigo pudiera golpear con todas sus fuerzas. Y con la caída de las luces se produjo la calma. La caballería romana volvió a sus campamentos mientras que los galos, enrabietados por no haber podido demostrar su superioridad y ansiosos de acabar con todo aquello, se lamieron las heridas que el espectacular trabajo bien hecho de las fuerzas mandadas por Tito Labieno, habían provocado. Por su parte, Vercingétorix, se refugió de nuevo en Alesia sin cruzarse con los expulsados mandubios que se habían alejado lo máximo posible del fragor de la batalla por temor y ni siquiera habían intentado acceder a la ciudad en ausencia de las tropas.

Las escasas raciones de la noche se repartieron entre los legionarios aceleradamente mientras se comentaban los acontecimientos acaecidos aquel día. Alguien comentó que sería otra tensa espera, de ojos y oídos muy abiertos.

-Eso a ti no te costará mucho Flaco, con esos orejones… -dijo el centurión provocando la carcajada general, incluida la del propio Flaco, que ya tenía muy asumido aquello. El ánimo y el humor entre las tropas había mejorado mucho después del relativo éxito de la caballería y esa broma era buena muestra de ello, pero nadie quería confiarse. Allí enfrente aún quedaba una masa enorme de combatientes dispuestos a rebanar el cuello a cada uno de ellos.

-Esta noche no hay relevos y todo el mundo en sus puestos, armado y atento. Son las órdenes de César –proclamó a voz en grito el legado Rebilio recién llegado desde el puesto de mando situado en la base del monte Flavino.

lunes, marzo 21, 2011

La carga de Tito Labieno (ALESIA cap. XI)

Detalle de un sarcófago del siglo II a. C.
que muestra una carga de la caballería romana.
Museo Nazionale de Roma, Roma, Italia.
Los únicos campamentos que sobresalían de la línea defensiva romana eran los de caballería. Se había previsto no minarlo en exceso para poder hacer salidas en caso de necesidad y éste era uno de esos casos. Los galos, no se precipitaron pero si reaccionaron con rapidez. Montaron y se prepararon para repeler el ataque. Mientras, unidades de infantería armadas con arcos y proyectiles de todo tipo tomaron posiciones y comenzaron a castigar la primera línea de jinetes romanos. La continua aportación a la lucha de jinetes galos que comenzaron a concentrarse en el campo de batalla como una manada de lobos hambrientos acechando a la presa, unida a la lluvia de flechas y proyectiles, pararon la carga de la caballería romana ante la satisfacción de los galos y el temor de los romanos. Fueron unos eternos instantes de lento retroceso que Flaco y todos los demás romanos encaramados a las empalizadas, observaron con el corazón en un puño, con la impotencia de aquel que observa sin poder hacer nada.

Pero Tito Labieno, al mando de la caballería germana que servía a César, reagrupó unos centenares de hombres y cargó por un flanco con un increíble empuje, haciendo retroceder a los galos que se apiñaron contra la gran cantidad de jinetes que no podían acceder al combate por falta de espacio y que lo observaban desde la retaguardia, dificultando la maniobrabilidad y molestándose mutuamente. Éste movimiento dejó al descubierto a los arqueros galos que habían avanzado a pie y que habían castigado duramente con sus proyectiles a los romanos. Ahora, totalmente desguarnecidos y en tierra de nadie, fueron aniquilados por los germanos con certera presteza, desbaratando aquella amenaza.

domingo, marzo 13, 2011

Los idus de marzo.

Ésta es la visión de la serie Roma:




Y ésta es la visión con humor de José Mota...

La caballería romana (ALESIA cap. X)

Caballería romana.
De pronto, cuando el sol estaba en lo más alto del cielo, los tres campamentos de la caballería romana que estaban situados frente al nuevo campamento galo en la amplia llanura sur, abrieron sus puertas y liderados por Cayo Trebonio y Marco Antonio, salieron al encuentro de los galos. Flaco se sorprendió en un primer momento de la osadía de aquellas tropas que se lanzaban a la batalla, en una acción a priori suicida. Aunque tras un breve instante, sus labios dibujaron una media sonrisa que mostraba la complicidad con la decisión de su general.

-Es muy propio de César. No puede aguantar más la incertidumbre. Prefiere atacar con rapidez y no dejarles madurar una táctica. El que golpea primero, golpea dos veces -dijo Flaco en voz alta reafirmando el pensamiento de otros muchos que le rodeaban.

-No creo que choquen contra los galos. Sería una insensatez. Darán la vuelta. Tal vez quiera provocarlos y atraerlos hacia nuestras defensas. Ellos no saben que nuestras trampas están ahí. – exclamó uno de sus compañeros en respuesta.

jueves, marzo 10, 2011

Preparados para el combate (ALESIA cap. IX)

Apenas asomaron los primeros rayos de luz que pusieron fin a aquella inquietante espera, lo que Flaco vio ante si le dejó sin habla. Frente a Alesia había una increíble multitud. Si el día anterior había sido incapaz de calcular el número de enemigos, ahora tenía la sensación de que la cantidad se había triplicado. En un rápido cálculo mental y sabiendo como sabía que ellos eran alrededor de sesenta mil hombres, Flaco pensó que aquel contingente galo les podría perfectamente cuadruplicar en número… Eso hacía un total de… ¡Doscientos cuarenta mil galos! Abandonando aquel angustioso pensamiento, Flaco comprobó como todos los hombres disponibles estaban en sus puestos, armados y preparados para el inminente choque, confiados en que al menos en un principio el arduo trabajo de fortificación que se había alargado durante cinco extenuantes semanas, se mostrara efectivo. Y así transcurrieron las primeras horas del día, en aquel clima de tensión, observando los movimientos de los galos en su campamento, viendo como aún llegaban las últimas unidades galas más rezagadas. Preparado para luchar, Flaco se sorprendió de que nada más pasara, de que no se iniciara la batalla. ¿A qué esperaban aquellos bárbaros?

martes, marzo 08, 2011

La tensa espera (ALESIA cap. VIII)

Poco a poco, decenas de miles de galos a caballo salieron de entre los árboles y comenzaron a llenar la llanura que se extendía en el lado sur de las defensas romanas. La visión de la ingente cantidad de guerreros galos a caballo, apretados unos contra los otros, propiciaban una imagen espectacular y aterradora. Flaco nunca había visto nada igual. Era incapaz de calcular el número de enemigos, pero era evidente que les superaban muy ampliamente. ¿Sería suficiente el entramado defensivo de César? Al menos en aquella zona donde él estaba, no lo creía. Durante todo el día, no dejaron de llegar más guerreros galos, esta vez a pie. Pero se limitaron a acampar a una prudente distancia de las fortificaciones. Todo el lado sur de Alesia era como un campo de trigo a punto de ser segado, pero no eran espigas, sino galos los que lo poblaban.

César, ataviado con su capa escarlata de general que le hacía reconocible para todos sus legionarios, estuvo durante todo el día cabalgando a lomos de su caballo de guerra de un lado a otro, dando órdenes a diestro y siniestro, encaramándose a lo más alto de las torres para observar los movimientos. Se acercaba a sus hombres. Les apoyaba, les llamaba por sus nombres, que recordaba con su prodigiosa memoria, les enrabietaba… Todos sabían que llegado el momento, en el campo de batalla, lucharía como el primero y asumiría riesgos como el que más. Aún recordaba Marco Flaco cómo, en una emboscada sorpresa de los nervios en la campaña contra los belgas, cuando el terror se apoderó de todo el mundo y la situación parecía sin solución, César había desenfundado su gladius, colocándose en primera línea de batalla y mostrando un valor encomiable, insuflando moral a todos los que junto a él luchaban. Fue la X legión, siempre la Décima, la que primero respondió a su general y juntos, ganaron aquella batalla. Flaco y todos los demás, seguirían a aquel hombre hasta las puertas del Averno si él se lo pidiera. César era el primero de los legionarios y al mismo tiempo era uno más.

Pero el día fue languideciendo y los galos se limitaron a acampar. Aquella noche de permanente alerta nadie durmió en el campamento de Flaco. Se redoblaron las guardias y cualquier pequeño ruido era motivo de alarma. Desde la torre, Flaco podía observar los pequeños fuegos de los galos que formaban un fantasmagórico horizonte que se confundía con el cielo estrellado. La incertidumbre le reconcomía las entrañas. Hubiera sido preferible luchar de inmediato que soportar aquella espera. Los relinchos de los caballos, el temblor del suelo iniciado por la mañana que no cesaba y los sonidos de las canciones de los galos rompían la tensión de la noche.

-Deben estar muy seguros de que mañana nos aplastarán y por eso están tan contentos – había dicho uno de los relevos cuyo nombre no conseguía recordar. Para los nombres, Flaco no era cómo César.

lunes, marzo 07, 2011

El campamento romano (ALESIA cap. VII)

Marco Valerio Flaco, legionario de la Legio XII Fulminata, estaba encaramado a lo más alto de una de las torres de defensa del lado noroeste desde antes del amanecer. Sus enormes orejas de soplillo, que habían provocado que sus compañeros le otorgaran el cognomen de Flaccus, habían sido las primeras en percibir lo que ahora era un ruido ensordecedor. Con las primeras luces del alba, aparecieron las primeras unidades de caballería que iban saliendo de entre los árboles. La frondosidad dificultaba la visión masiva de aquel ejército, pero el ruido ensordecedor de los caballos al chocar sus cascos contra la tierra y el temblor que se sentía, no era nada halagüeño.

Flaco tenía una privilegiada posición pues la zona que su campamento defendía al noroeste de la ciudad, era en realidad el punto más débil de las defensas exteriores romanas. El terreno era muy rocoso y estaba en los márgenes del río, junto a los primeros promontorios del Monte Rea. El desnivel del terreno y la dificultad orográfica había impedido que se hicieran las trampas que sí estaban presentes en el resto de sistema defensivo romano. Y eso podía convertir aquel punto en el talón de Aquiles del sitio, en la brecha por la que se colara la marea gala. Pero eso los galos no lo podían saber. No al menos de momento.

martes, marzo 01, 2011

El ejército galo de refuerzo. (ALESIA cap. VI)

Poco a poco, muy poco a poco, comenzó a escucharse un sonido que les llenó de esperanza. Al principio, solo fue un leve rumor, un temblor, que no consiguió despertarlos del letargo en el que habían caído tras la experiencia vivida aquella última jornada. Pero aquel rumor se convirtió en un sonido que retumbaba cada vez con más fuerza. La tierra, ahora sí, comenzaba a temblar y a lo lejos, empezaron a escucharse gritos de guerra bien conocidos por los galos. Por fin, el ejército de socorro estaba llegando. La salvación estaba muy cerca. Pronto arrasarían a los romanos y aquella pesadilla habría acabado.

Todos los guerreros de Alesia se asomaron a las murallas para tratar de vislumbrar la multitud que creían adivinar. Las tribus mezcladas se abrazaban emocionadas y con lágrimas en los ojos, trataban de convertir aquel sonido en una imagen real, pero no veían nada aún.

Tras varias falsas alarmas, finalmente comenzaron a ver las primeras unidades de caballería. A la vista de Alesia, aquella masa de guerreros galos, la mayor horda que jamás hubieran visto los tiempos, gritaba enfervorecida mientras evaluaba con la mirada, seguros de poder acabar con ellas, aquello que el enemigo les había preparado: las imponentes defensas que César había creado en el sitio de Alesia. El ejército fue acampando en una amplia explanada al suroeste de la ciudad, a una prudente distancia, sin duda esperando la llegada del total de sus efectivos para poder iniciar así el ataque definitivo.

En lo alto de las murallas de Alesia, los jefes galos observaban al imponente ejército que estaba llegando en su auxilio sin poder contener su entusiasmo.

- Nuestras plegarias han sido escuchadas – le dijo Vercingétorix a Dadérax, el jefe de los mandubios – Tu pueblo se salvará y con él toda la Galia.

- No deben atacar enseguida. Las trampas de César… No saben que están ahí. Debemos avisarles- exclamó Biturgo, otro de los líderes galos que allí se encontraba.

- Salgamos y ataquemos también. César deberá defenderse por dos flancos. Eso les debilitará- propuso Critognato.

- Pero la empalizada interior también está repleta de trampas… - recordó Dadérax.

- Hagamos acopio de material y preparemos la salida. En el mismo momento en que inicien su ataque, atacaremos nosotros también -ordenó Vercingétorix- Deben saber que estamos bien y que les apoyaremos desde esta parte del sitio. Atacando y saliendo de Alesia les haremos ver que sus esfuerzos junto a los nuestros, nos harán libres. Será el fin de César y el inicio de una Galia fuerte y unida.

La eterna espera (ALESIA cap. V)

LOS CAPÍTULOS ANTERIORES PINCHANDO ENCIMA DE LOS NÚMEROS
(I, II, III, IV)
CAPÍTULO V


Galos en asamblea agrupados en torno a Vercingetórix.

Las primeras luces del alba asomaban por el este. El silencio en el interior de la fortaleza denotaba que el ambiente estaba muy enrarecido. La asamblea de guerreros escuchó a Critognato y tras una larga discusión, había tomado aquella decisión sin un gran convencimiento, habiendo incluso valorado la antropofagia como una opción, tal era su hambre y desesperación.

Por un lado, todos los galos encerrados en Alesia eran conscientes de que aquel sacrificio era necesario en aras de la victoria definitiva contra los romanos. Pero por otra parte, todos tenían el corazón encogido. Habían traicionado la hospitalidad y la confianza de los mandubios, que les habían acogido en aquella vital necesidad de protección, poniendo a su disposición los inexpugnables muros de Alesia.

Confiaban en Vercingétorix y en la llegada de las fuerzas de socorro. Confiaban en que aquella treta, aquella decisión extrema que tomaron sus jefes en asamblea aliviaría sus sufrimientos. Pero la reacción de los romanos de no querer acogerlos les sorprendió. Habían confiado en que la codicia haría que los romanos acogieran como un regalo destinado a la esclavitud a aquellas personas y les dieran de comer, salvándoles así la vida. Pero no había sido así.

Campos de Alesia en la actualidad.
Ahora aquellos inocentes seres se acurrucaban los unos junto a los otros en grandes grupos, en una sinfonía de gritos desesperados y llantos que se clavaban como ardientes estacas en lo más profundo de sus corazones. Las miradas perdidas se volvían hacia los muros de Alesia buscando la comprensión o el auxilio del padre, del esposo, del hijo o del hermano, Pero no llegaba. Por más que las mujeres gritaran, nadie las amparaba. Ni a ellas ni a sus hijos que poco a poco languidecían en sus brazos. Y finalmente, la resignación dio paso al silencio.

Pasó otro día y llegó la noche. Aquella fue una noche eterna. Aunque las luces del alba de un nuevo día vinieron acompañadas de algo que iba a cambiar el ánimo de las gentes de Alesia.