Pero de pronto alguien desvió la atención de lo que sucedía en la llanura:
- Mirad, las puertas de Alesia se han abierto.
Con extraña lentitud, los guerreros sitiados iniciaron un descenso hacia las defensas romanas cargados de todo tipo de objetos. Sacos de tierra, escalas, maderos y muchas más indefinibles materiales. Más que un ejército parecían una unidad de zapadores, pensó Flaco.
-Quieren neutralizar nuestras trampas. Les costará días con ese material y a esa velocidad.- dijeron desde la torre.
-No debemos preocuparnos de momento. Antes morirán ensartados que llegarán a la empalizada- contestó Flaco.
La salida de Vercingétorix parecía más un mensaje para los suyos que una acción en si misma efectiva. Rápidamente los ojos de todos los legionarios abandonaron con desinterés los trabajos de neutralización del primero de los fosos defensivos con los que habían chocado las fuerzas de Alesia y volvieron al choque entre las caballerías en el perímetro exterior. A pesar de su momentánea inactividad bélica, estaban dispuesto a combatir llegado el momento, que no dudaban que llegaría más bien pronto que tarde.
El resto de la jornada transcurrió sin que el resultado de la batalla se decantara por nadie. Los galos, era evidente, se molestaban mutuamente debido a la gran cantidad de combatientes en un espacio tan reducido, mientras que los romanos jugaban la baza de la movilidad para atacar por diferentes flancos y no presentar un frente sólido en el que el enemigo pudiera golpear con todas sus fuerzas. Y con la caída de las luces se produjo la calma. La caballería romana volvió a sus campamentos mientras que los galos, enrabietados por no haber podido demostrar su superioridad y ansiosos de acabar con todo aquello, se lamieron las heridas que el espectacular trabajo bien hecho de las fuerzas mandadas por Tito Labieno, habían provocado. Por su parte, Vercingétorix, se refugió de nuevo en Alesia sin cruzarse con los expulsados mandubios que se habían alejado lo máximo posible del fragor de la batalla por temor y ni siquiera habían intentado acceder a la ciudad en ausencia de las tropas.
Las escasas raciones de la noche se repartieron entre los legionarios aceleradamente mientras se comentaban los acontecimientos acaecidos aquel día. Alguien comentó que sería otra tensa espera, de ojos y oídos muy abiertos.
-Eso a ti no te costará mucho Flaco, con esos orejones… -dijo el centurión provocando la carcajada general, incluida la del propio Flaco, que ya tenía muy asumido aquello. El ánimo y el humor entre las tropas había mejorado mucho después del relativo éxito de la caballería y esa broma era buena muestra de ello, pero nadie quería confiarse. Allí enfrente aún quedaba una masa enorme de combatientes dispuestos a rebanar el cuello a cada uno de ellos.
-Esta noche no hay relevos y todo el mundo en sus puestos, armado y atento. Son las órdenes de César –proclamó a voz en grito el legado Rebilio recién llegado desde el puesto de mando situado en la base del monte Flavino.
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