El presente blog está dedicado a la figura de Gaius Iulius Caesar, el romano más grande de todos los tiempos, así como al concurso sobre su figura que se realiza anualmente en el Colegio Sagrada Familia PJO de Valencia entre mis alumnos de ESO. También me sirve como medio de expresión y comunicación con mis alumnos y mis compañeros de Historia, de Clásicas, de Ludi Saguntini,de Prosopon, de Chiron y de cualquier curioso que se quiera acercar. Mi nombre es Txema Gil. Sed bienvenidos.

sábado, abril 23, 2011

Roma vincit (ALESIA cap. XXIV y último)

Las puertas de Alesia se abrieron para no volver a cerrarse jamás ante los romanos. Como se había acordado mediante los mensajeros cruzados entre Vercingétorix y César, comenzaron a salir los maltrechos guerreros que aún quedaban en su interior armados hasta los dientes en dirección a un gran agujero que los romanos habían cavado en la parte final de la pendiente, que descendía hasta el perímetro interior del lado sur de las defensas romanas. Allí arrojaban sus espadas y corazas, para continuar descendiendo hasta uno de los campamentos que había sido vaciado por completo y que servía de improvisada cárcel. Allí eran encerrados por miles.

Una parte de aquella empalizada había sido derribada y en su lugar, rodeado por su estado mayor y todo su ejército formado, se alzaba una tarima de poco más de un metro de altitud, en lo alto de la cual, estaba César sentado a la manera romana en su silla curul propia de su rango, con la espalda erguida y una pierna más adelantada que la otra, con su corona de roble sobre la cabeza que presentaba síntomas de una incipiente calvicie que César se esforzaba en ocultar de todas las maneras posibles y que había ganado en el asalto a los muros de la ciudad de Mitilene. Estaba vestido como un magistrado romano y no como un militar, esperando como procónsul, en nombre de Roma, la rendición incondicional de Vercingétorix, de Alesia y por ende, de toda la Galia.

El último en salir fue Vercingétorix, a caballo, armado y vestido con su mejor armadura. Descendió sereno hasta la tarima, descabalgó y arrojó sus armas al suelo ante César.

- Te ofrezco mi vida a cambio de tu clemencia para con mi pueblo. Dispón de ella como te plazca. Es mi último sacrifico.

Alesia no fue arrasada, pero a cada soldado César, además de otras cosas, le regaló un esclavo de entre aquellos guerreros rendidos.

A Vercingétorix, no le dio la muerte rápida, justa y honrosa que el galo esperaba. En cambio le cargó de cadenas, le encerró en una jaula y le arrastró a la cola de sus ejércitos hasta llegar a la Galia Cisalpina, donde le encerró en una mazmorra durante seis largos años, a la espera de realizar su entrada triunfal y poderlo así exhibir como un trofeo de guerra. El más preciado de todos, el de aquel que osó desafiar en balde a la Roma del gran Julio César.

La certeza de la derrota (ALESIA cap. XXIII)

Vercingétorix ordenó la retirada de los sitiados de nuevo hacia Alesia. Era inútil seguir manteniendo la lucha en el perímetro interior cuando en el exterior todo estaba perdido.

Tras el ataque sorpresa de César, los galos huían en todas direcciones. Cuando vieron que les atacaban por la espalda, el pánico se apoderó de ellos. Los vítores de los romanos, las columnas de humo provenientes de su propio campamento, la espantada de los eduos que atacaban por el sur y la huida precipitada de la caballería de Commio, contribuyeron a crear la situación y precipitaron los acontecimientos. Aquel hombre les había ganado la partida con una maniobra genial. Conseguía estar en todas partes y sus hombres lo sabían. Por eso mismo lo aclamaban.

Al entrar en Alesia el último combatiente galo que quedaba en pie, se cerraron de nuevo las puertas. Sólo se escuchaban los llantos de las madres, hermanas y esposas que habían sido acogidas de nuevo en la ciudad y los lamentos quejumbrosos de los heridos. Todos sabían que aquello era el final. El ansiado ejército que los tenía que rescatar, había fracasado. Su última esperanza se había esfumado.

Vercingétorix y Dadérax (Critognato no había vuelto y nadie sabía dónde se encontraba) encaramados a su atalaya, observaban juntos la horrible escena que se desarrollaba ante sus ojos. Los galos, en desorganizada desbandada, ofrecían a los romanos la posibilidad de masacrarlos, y en ello se estaban empleando, aunque no con gran meticulosidad. Probablemente estarían exhaustos después de tres días de combate casi ininterrumpido. Esa iba a ser su fortuna, que les permitiría conservar la vida pero… ¿Qué sería de ellos?

La capa escarlata de César seguía en movimiento y se le podía observar dando instrucciones aquí y allá, mientras las pocas fuerzas que le quedaban a sus hombres eran empleadas en la reconstrucción acelerada y meticulosa de las defensas.

- Mandaré un mensajero a César. Le ofreceré mi vida a cambio de que respete la vuestra – dijo Vercingetorix mientras alzaba su mentón en un esfuerzo por mantener lo que quedaba de su maltrecha dignidad.

- ¿Respetará Alesia? – dijo Dadérax con la congoja presente en sus palabras.

- César tiene fama de clemente y no querrá destruir una ciudad que va a pasar a sus manos. La respetará.

martes, abril 19, 2011

Un último esfuerzo supremo (ALESIA cap. XXII)

Flaco tenía la vista nublada. Le costaba cada vez más poder alzar su brazo para asestar un nuevo golpe. Los galos ya estaban por todas partes y el combate era ya un continuo cuerpo a cuerpo que no tenía vuelta atrás. La fortuna les había abandonado y César había desaparecido de la escena. El final se acercaba.

Pero Flaco vio un reflejo escarlata cruzarse ante su vista. Parpadeó y observó mejor. Sí, era la capa. No tenía duda. Era César a galope tendido, que venía seguido de cientos de jinetes por la espalda de unos sorprendidos galos. César había cumplido su palabra.

Y entonces chilló, jaleó, bramó… Señaló con su ensangrentada gladius hacia aquel lugar y sus compañeros le imitaron. Un enorme rugido provocado por los vítores de los romanos se elevó de entre aquel campo de muerte. El riesgo que estaba asumiendo su propio general era el máximo y ellos no podían ser menos. Y todos, Flaco incluido, redoblaron sus esfuerzos, sacando fuerzas de flaqueza, en un último esfuerzo supremo que les daría la victoria.

domingo, abril 17, 2011

Un golpe audaz (ALESIA cap. XXI)

Vercingétorix había observado como César se alejaba del combate. Se había intentado acercar a él, pero era imposible. Al verlo desaparecer súbitamente, pensó que por fin el cerco se estaba rompiendo por el perímetro exterior y quiso verlo con sus propios ojos. Giró su caballo y lo dirigió montaña arriba, buscando un buen puesto de observación que el fragor del combate le impedía.

Parecía que sí, que el cerco se estaba rompiendo por aquel lado noroeste. Pronto entrarían en el campamento y abrirían la brecha definitiva por el que entraría el torrente de guerreros que acabarían con los romanos y les liberarían. En los otros frentes, los romanos aún resistían y esto había provocado un titubeo en el ataque. Parecía como si los que mandarán aquel ataque no estuvieran arriesgando demasiado. Aquellos eduos… Los podía distinguir por los colores de sus ropas y su aspecto. Estaban dudando. ¡Malditos! ¡Había que atacar con toda la fuerza!

Entonces escuchó un gran grito procedente del sudeste. Detrás del monte Flavigny surgió una unidad de caballería que se dirigió directamente al campamento de los galos en la explanada sur. ¿De dónde habían salido aquellos romanos? Sin poder creer lo que estaba viendo, observó como los pocos guerreros que habían quedado en el campamento, huían en todas direcciones y como los romanos arrasaban el campamento provocando un gran estruendo y quemándolo todo. Las columnas de humo que se levantaron rápidamente, alertaron a los ya de por si titubeantes atacantes galos de la explanada sur, que en vista de aquello y aterrorizados ante la posibilidad de que aquello fuera un ejército romano de refuerzo, abandonaron la lucha y se dispersaron en todas direcciones.

- ¡Luchad cobardes! ¿Dónde vais? ¡Traidores! ¡Luchad! – exclamó al viento un desesperado Vercingétorix.

Pero aquello no fue lo peor. Como aparecidos de la nada, sin saber muy bien por dónde, el rey arverno observó como otra columna de caballería se dirigía ahora con gran estruendo de cascos y de gritos por la espalda de las tropas que atacaban el monte Rea, que estaban a punto de conseguir romper el cerco noroeste. Sorprendidos, tuvieron que repartir sus esfuerzos en dos flancos. César había pensado lo mismo que él y ahora le devolvía la jugada, obligándole a luchar en dos frentes. Aquel era un golpe audaz y casi definitivo. Y entonces lo vio. Su capa escarlata le identificaba.

jueves, abril 14, 2011

Dados al aire (ALESIA cap. XX)


Marco Antonio a caballo.

Marco Antonio y Trebonio, por orden de César, habían dirigido en la oscuridad de la noche a la mitad de su caballería al lado norte del sitio, aquel lugar en el Monte Flavigny dónde no se había producido ningún combate. Era el sitio más complicado para ello, pues la propia montaña hacía imposible que nadie se acercara por aquel lugar. Sólo una estrecha senda permitía el paso. Allí César había colocado estratégicamente un campamento de caballería, imposible de observar desde Alesia ni desde el exterior. Aquella era su última carta. Todos los campamentos de Alesia estaban dentro del recinto, excepto los de caballería que sobresalían para así, poder permitir la salida en caso necesario. Y aquel era el momento clave.

Los jinetes estaban ansiosos. No veían el combate pero sabían seguro que era encarnizado. Y no hay nada peor que la espera sumada a la incertidumbre. Pero César había sido muy claro en sus ordenes:

- Pase lo que pase, no os mováis hasta que yo aparezca. Cuando yo crea llegado el momento decisivo, iré hacia allí y entonces saldremos. Tardaremos muy poco en rodear esta montaña a caballo y con poco más de dos mil unidades, caeremos sobre ellos por su retaguardia. Deberán luchar en dos frentes ellos también.

Entonces César apareció al galope y todos se pusieron en marcha. En pocos instantes salieron de aquel desfiladero a la parte sur de la llanura.

- Trebonio, coge tres mil jinetes y lánzate contra su campamento que estará desguarnecido- ordenó César- Arrásalo. Haz mucho ruido. Te deben ver desde todas partes. Tienen que creer que son nuestros refuerzos que llegan. Eso les hará temer y dudar. Y tal vez huyan. No les persigas. Ven a reforzarnos. Antonio, tu ven conmigo. Nos lanzaremos contra su retaguardia en el noroeste, en el Monte Rea. Vencer o morir. Roma vincit.

Un grito unísono que repetía las dos últimas palabras de César, retumbó en la montaña y todos se lanzaron tras su general al galope tendido. Él iba el primero, con la gladius en la mano apuntando al combate y la capa escarlata al viento. Había llegado el momento de luchar. Los dados estaban en el aire.

martes, abril 12, 2011

Vencer o morir (ALESIA cap. XIX)

La situación era francamente delicada. Flaco y todos los demás estaban casi extenuados. No les quedaban más proyectiles que lanzar y los galos estaban destrozando las pocas defensas de aquel lado noroeste. La lucha cuerpo a cuerpo se había iniciado ya y gracias a los dioses, la caballería al mando de Labieno, había llegado hacía poco para reforzar el tremendo ataque al que se habían visto sometidos en aquella zona. ¿De dónde habían salido tantos galos de repente? No conseguía comprender como se habían colocado en esos árboles sin que los hubieran visto. Habrían aprovechado las últimas sombras de la noche. Aunque claro, él había estado dormido. Si no, seguro que les hubiera escuchado. Por algo los dioses le habían concedido aquellas orejas…

Los muertos entre los atacantes ya se contaban por centenas, aunque lejos de ser un alivio o un motivo de alegría para sus ejecutores, era un problema. Tal acumulación de cadáveres neutralizaba el foso y la empalizada defensiva, siendo un alzador para los galos que pisoteaban a sus compatriotas y llegaban con más facilidad hasta los romanos. Y el cuerpo a cuerpo se hizo inevitable. Además, el esfuerzo era doble. Por el anillo interno, Vercingétorix se había lanzado al ataque también y ya había entablado el combate directo salvando las defensas. El mismo César, a quien su capa escarlata le hacía visible e inconfundible para todos, estaba reforzando continuamente aquella posición. Parecía como si César, al igual que Alejandro con Darío en Gaugamela, quisiera encontrarse en el campo de batalla con el propio Vercingétorix, que era imposible de reconocer, pues los galos, parecían todos iguales.

De pronto, César salió al galope en dirección opuesta al combate. Algo debía pasar en algún otro punto del cerco, pensó Flaco. Pero no pudo pensar mucho más porque entonces, notó un terrible dolor en el brazo. Una flecha había atravesado la carne de parte a parte. Ya había tenido heridas similares en anteriores combates y sabía lo que debía hacer. Rompió la flecha con sus propias manos y, tras comprobar con un leve movimiento que no estaba tocando el hueso, estiró hacia abajo con toda su alma extrayendo la parte que quedaba. Después se taponó la herida con un girón de ropa de uno de los cadáveres que tenía a su alrededor y usando el otro brazo se incorporó y continuó. No le pararían con solo aquel rasguño. Había tenido suerte esta vez.

Flaco siguió luchando y con su último pilum, se encaramó a la empalizada, usándolo como lanza de asedio y rechazando a los galos que intentaban acceder a la torre. Muchos otros le imitaron y aquello se demostró efectivo durante unos pocos minutos. Flaco, tras ensartar a un par de galos con su pilum haciéndoles caer, miró atrás y vio al mismísimo Labieno que se dirigía a él.

- Muy bien muchacho. Una genial idea. Seguid así, no deben pasar…

Pero la situación era desesperada. Hacía falta algo más, un golpe de suerte. La diosa Fortuna que protegía a César debía aparecer ya o no habría solución.

lunes, abril 11, 2011

El asalto final (ALESIA cap. XVIII)

El alarido proveniente de más de cien mil gargantas inició el asalto. Los galos se lanzaron a la carrera por el sur en dos flancos, derecha e izquierda, aprovechando que las defensas romanas, que la noche anterior habían sido tan efectivas, estaban cubiertas de miles de cadáveres que actuaban como improvisados puentes. Pronto estuvieron muy cerca de la empalizada romana que comenzó a escupir proyectiles. La matanza continuaba en masa sin que aún se hubiera establecido un verdadero combate cuerpo a cuerpo que todos los galos anhelaban. Y entonces, el relucir de las armaduras de los hombres de Vercasivelauno, que salieron de entre los árboles, anunció el ataque que la noche anterior todos habían considerado clave.

Con gran saña, se lanzaron sobre las escasas defensas de los romanos en la parte noroeste. Pero Coto supo que aquel sería el ataque postrero cuando vio como se abrían las puertas de Alesia y como lanzando un terrible grito de guerra, todos los guerreros del interior de la ciudad se abalanzaban sobre aquella zona noroeste. César tendría más dificultades, debiendo luchar en el perímetro interior y exterior de su punto débil.

Era evidente que los romanos estaban sufriendo con aquel ataque múltiple. Los galos cada vez estaban más cerca de la empalizada, aunque los romanos se defendían muy ordenadamente. Una gran cantidad de caballería romana, unos cinco mil al menos, hizo un movimiento en el interior del perímetro romano para reforzar la parte noroeste. Parecía como si César supiera que aquella era la clave y tuviera preparada aquella maniobra. Pero no iba a ser suficiente, estaba convencido de ello.

Mientras observaba la batalla, Coto, en su privilegiada atalaya desde donde se observaba todo el campo de batalla, andaba de un lado al otro como un gato encerrado, sin apartar la vista ni un minuto, entre gestos, exclamaciones y maldiciones por aquel maldito dolor de muelas. Parecía que esta vez si la victoria se iba a decantar de su lado, pero de repente se escucharon unos ruidos, como de caballos por el este, lo que le hizo desviar la atención. Y entonces se quedó como petrificado.

Eran romanos a caballo los que se dirigían directamente hacia ellos ¿De dónde habían salido? ¿Eran refuerzos? Aquello no podía ser… En el campamento no había casi nadie. ¡La defensa era imposible! Vio como el pánico se apoderaba de los pocos hombres que le rodeaban. Y entonces se subió al caballo, lo puso al galope y huyó en dirección opuesta a Alesia, tratando de salvarse a sí mismo. Si aquello era un ejército de refuerzo romano, la batalla estaba perdida.

sábado, abril 09, 2011

Los Playmobil y La Guerra de las Galias

Como podéis ver el interés suscitado por los Comentarios de Cesar es muy grande, y da lugar a todo tipo de productos, como éste que presentamos. Las inexactitudes son grandes, hasta el extremo de que  muchos estudiantes creen que César, como dice este video desinformado, fue el primer emperador romano.

Ante la falta de recursos fijaos cómo construyen la diégesis de una batalla con voces de los guerreros, ya que con la imagen sólo no pueden dar vida a estos acontecimientos.

(sacado del blog http://romaayeryhoy.blogspot.com/ )

Un mal presentimiento (ALESIA cap. XVII)

Con el sol casi en su cénit, el líder eduo Coto salió de la tienda. Estaba cansado y se sentía muy viejo. Por aquel motivo, el consejo había decidido dejarlo al frente de la defensa del campamento galo ¿Defenderlo de quién? La victoria era segura. Los romanos perecerían y aquella pesadilla acabaría finalmente. Aunque un oscuro presentimiento pesaba sobre su corazón sin poder explicar exactamente en qué consistía. Siempre trataba de disipar los malos presentimientos haciendo cualquier actividad diaria, pero aquel día un terrible dolor de muelas le estaba atormentando y no había nada ni nadie que le pudiera ayudar. No al menos aquel día en el que todo llegaría a su fin.

Posando su mano sobre su mejilla izquierda, presionó sobre la zona dolorida lanzando una maldición al aire. Maldecir era siempre un desahogo. Pidió un sorbo de aquel licor de membrillo tan fuerte que solían beber algunos galos y se dispuso a observar el asalto final.

Durante la mañana, los jefes de las tribus galas se habían reunido para planificar la última acción. Uno de los exploradores mandubios, oriundo de Alesia, que salió con la caballería antes de que César cerrara el cerco, había descubierto durante la noche un punto débil, una zona al noroeste que no tenía grandes defensas por la dificultad del terreno derivada de su naturaleza demasiado rocosa y de la entrada de un brazo del río. El explorador sabía que aquella zona podría convertirse en el talón de Aquiles de César, el lugar que podría suponer la ruptura del cerco, una forma de penetrar en el anillo romano. Si conseguían romperlo, la victoria sería suya. Pero no debían concentrar toda su fuerza en aquel punto. Debían despistar a César. Si el zorro romano pensaba en que caerían en su trampa, no iba a ser así.

Vercasivelauno, primo de Vercingétorix, junto con más de cincuenta mil hombres, había colocado sus tropas entre los árboles antes de que se hubiera disipado la oscuridad. Coto podía observar como esperaban agazapados, ocultos a la vista de los romanos, la señal de ataque que Eporedórix y Viridomaro, los otros dos jefes eduos, debían lanzar en forma de alarido al iniciar el ataque de despiste en la muralla sur, el lugar de la batalla del primer día. Aunque Coto también era eduo, dudaba de la capacidad de aquellos otros dos con los que compartía el mando. Ambos, cuando los eduos eran aliados de Roma, eran fervientes partidarios de mantener la alianza. Pero la decisión de su rey Litavico de luchar contra César y expulsarlo de la Galia, les había obligado a cambiar de parecer, pero no parecía que estuvieran muy convencidos de ello. Y más al ver huir a su rey días antes de la batalla sin dar ninguna explicación. Coto estaba seguro que a la menor dificultad, abandonarían el combate y se retirarían. No morirían por defender a un arverno pretencioso que se había autoproclamado rey de la Galia. Si Vercingétorix creía que les iban a salvar para además, otorgarles después el poder como si fuera un regalo, es que era demasiado ingenuo. Aunque eso ya se vería después. Ahora el problema era acabar con aquella situación lo antes posible. Y además estaba la cuestión de los belgas. Aquellos salvajes norteños, no habían aportado los hombres que les correspondía. Aquellos hombres eran belgas y no morirían en la Galia Celta. Aquella no era su guerra. Sólo el empuje y el ansía de venganza de Commio, su líder, que había servido a los romanos en el intento de conquista de la isla de Mona y a quien Labieno, después de haber roto aquella alianza, había derrotado arrebatándole las posibilidades de reinar sobre los belgas, hacían que aún permanecieran en aquella horda.


Dibujo de Alesia en la actualidad
 Un nuevo pinchazo de dolor en su muela, más intenso que cualquier otro de los anteriores, sacó a Coto de sus cavilaciones y pensamientos. El ataque era inminente y tras una nueva maldición y un nuevo trago de aquel brebaje que quemaba las entrañas, pero que conseguía liberarle momentáneamente del dolor, lo escuchó.

jueves, abril 07, 2011

La arenga del Gran Julio César (ALESIA cap. XVI)

Una patada en la planta del pie de su decurión despertó a Flaco que abrió los ojos sobresaltado.

- ¡Flaco arriba! Ya has descansado suficiente. Vuelve a tu puesto.

La incipiente claridad le desconcertó levemente hasta que las imágenes de la noche anterior se agolparon en su cabeza al instante. Estaba vivo, pero curiosamente, lo que sintió al ponerse en pie fue un poco de frío y un mucho de hambre. Buscó el manto que había dejado en un hueco la noche anterior, se lo ajustó y pidió una torta de trigo que devoró y fue entonces cuando contempló el horrible panorama de muerte, cadáveres y desolación que se mostraba ante él. Pero no le sorprendió. La noche había sido tan intensa que esperaba algo parecido a aquello, aunque se grabó en su retina para siempre el color rojo de la tierra alrededor de la empalizada provocado por la ingente cantidad de sangre derramada. Pero el hombre a caballo y con la inconfundible capa de color escarlata que se acercaba hacia su posición, llamó su atención. Era él.

César llegó a los pies de la torre dónde se encontraba Flaco y descabalgó. Tras departir brevemente con los legados Rebilio y Antistio, al mando de aquel campamento, volvió a subir al caballo iniciando el camino de vuelta hacia el puesto de mando. Pero cuando sólo se había alejado unos metros, alcanzando una distancia en la que sabía que toda aquella sección de las defensas podía oírle, volvió la grupa de su montura, alzó la cabeza y comenzó a hablar. Flaco escuchó su clara, potente y característica voz a la que todos los allí presentes prestaron una inmediata atención.

- Milites, no debemos bajar la guardia. Hagamos otro esfuerzo supremo. Hoy los galos han observado que las defensas que vosotros habéis creado, son muy efectivas. Les va a costar mucho acercarse hasta nosotros para combatir cuerpo a cuerpo, pero ese momento llegará y debemos estar preparados. Sois conscientes de que ésta es la parte más vulnerable de nuestras defensas. El terreno agreste nos impidió hacerlo mejor. Y eso ellos lo saben. Por eso estoy seguro de que atacarán por aquí. Sus movimientos les delatan. Aunque antes perecerán por millares.

César bajó del caballo y prosiguió con su arenga...

- Haced acopio de proyectiles en las torres y cuando estén a tiro, disparad. Pero aseguraos de no errar, eso será fundamental, pues nuestros recursos son limitados encerrados como estamos entre estas dos empalizadas y sin posibilidad de conseguir más. Y cuando superen la última línea, entonces combatid cuerpo a cuerpo hasta la extenuación, para mayor gloria de Roma. Labieno apoyará con la caballería germánica vuestra defensa. No puedo mandar más hombres, pues me temo que atacaran de forma simultánea por otros flancos. Pero no temáis. En lo más duro del combate, César vendrá a ayudaros y juntos alcanzaremos la victoria. Os lo prometo. La diosa Fortuna está con César y la victoria será nuestra.

Los vítores estallaron entre los aproximadamente seis mil romanos que defendían aquel campamento. César subió a Toes, volvió grupas y desapareció al galope haciendo ondear al viento su capa escarlata. Mientras su general se marchaba, Flaco gritó con todo su corazón. Él y todos los allí presentes creían en César. Se lo había prometido. Vencerían. César nunca les había fallado.

martes, abril 05, 2011

El retorno de los inocentes (ALESIA cap. XV)

Vercingetorix
Vercingétorix y sus guerreros, tras otro vano intento de superar las defensas y trampas romanas y habiendo perdido en el intento de neutralizarlas más hombres de los que hubieran deseado, ante las dificultades añadidas que presentaba la oscuridad de la noche, dio la orden de volver a Alesia, hacer acopio de más material necesario para rellenar las trampas y esperar a los primeros rayos de luz para volver a salir y apoyar el ataque del exterior. Mientras subían de nuevo la pendiente, mandó llamar a Dadérax, el jefe de los mandubios.

- Creo que, en vista de la inminencia del desenlace de este sitio, deberías dejar entrar de nuevo a las mujeres y niños. De esta batalla saldremos victoriosos o todos moriremos, pero será en un plazo muy breve. No hagamos sufrir más a los inocentes. Hazlo. Te lo dice tu rey.

Dicho lo cual apretó el paso y se encaramó de nuevo a su puesto de privilegiada observación en lo más alto de las murallas de Alesia. La imagen de muerte y desolación que tenía ante sí, traída por la luz del nuevo día que ya despuntaba, le heló la sangre.

sábado, abril 02, 2011

El sabor de la muerte (ALESIA cap. XIV)

La noche avanzaba y la situación cambiaba poco. De vez en cuando algún galo conseguía escalar la empalizada y presentar batalla cuerpo a cuerpo, pero las largas espadas que usaban los galos no eran rivales para la lucha en un pequeño espacio a la que estaban acostumbrados los romanos y para la que disponían de la corta y manejable gladius, un arma muy eficaz en las distancias cortas. Aunque los proyectiles y flechas lanzadas desde el exterior, causaron un gran número de bajas y mermaron muchísimo las defensas romanas.

En un momento dado se escuchó un tremendo griterío en un lateral. Flaco vio como un grupo de galos había conseguido superar la empalizada y abrir una brecha. Al mandato del silbato del centurión, abandonaron su posición y corrieron a la formación para hacer frente a aquel grupo de galos que aumentaba de forma preocupante. Aquel era el terreno preferido de Flaco. Así le habían enseñado a combatir y era el momento en el que se sentía más vivo que nunca, curiosamente cuando más cercana tenía la muerte. Pero en formación, frente a un enemigo, Flaco era un pez en el agua. Al silbato todos avanzaron a una y cargaron. Los galos, desordenados y separados, cayeron en un abrir y cerrar de ojos y la formación se deshizo para acarrear material de nuevo y reconstruir aceleradamente la brecha y así, en aquella frenética actividad, Flaco se percató de que ya no caían proyectiles ni se escuchaban gritos. El ataque había cesado, al menos por el momento.

Las órdenes rápidas del decurión le llevaron de nuevo a su torre del noroeste. Flaco estaba exhausto, pero no tenía ninguna herida que lamentar. El sudor y la sangre seca se habían mezclado en su cara provocando la caída de un liquidillo oscuro sobre la boca que al saborear, le provocó una mueca de asco y una arcada. ¿Era ese el sabor de la muerte? Aprovechando aquella tensa calma, se acercó al río para beber y quitarse un poco aquella costra impura que el barro y la sangre seca formaban. El frescor agradable del agua despertó el dolor muscular de todo su cuerpo y le recordó que llevaba dos días sin dormir. Al regresar a su puesto, se sentó, apoyó la espalda contra la empalizada y sin poder hacer ni pensar nada más, le venció el agotamiento y cayó en un estado de inconsciencia momentánea que podríamos llamar sueño.