Los cascos de un caballo que llegaba a todo galope rompieron la concentración de César, que en ese mismo instante supo que había alguna novedad. El legado Tito Labieno, uno de los hombres de mayor confianza, irrumpió en la tienda de César y sin más explicación espetó: - Tienes que venir a ver esto César - dicho lo cual, dio media vuelta y salió.
Era Labieno un hombre más bien parco en palabras. Procuraba decir las cosas justas y necesarias, pero la gravedad con que pronunció aquella frase, unido a la mirada imperiosa de sus ojos, hicieron que César le siguiera sin demandar ninguna otra explicación. Bien ganada tenía Labieno la confianza de su general a lo largo de toda aquella campaña.
Subió la empalizada interior que daba a la ciudad de Alesia seguido muy de cerca por César. En lo alto de la misma Labieno señaló con el dedo mientras dijo:
- Hace unos instantes vimos como se abrían las puertas, pero nadie salía. Recibida la voz de alarma, nos preparábamos para repeler una nueva escaramuza, pero… Observa. No van armados y son… ¡Mujeres, ancianos y niños! Calculo que de momento, habrá ya al menos dos o tres millares.
Reconstrucción figurada de Alesia en un cómic. |
Durante unos instantes y ante sus atentas miradas, las puertas permanecieron abiertas dejando salir a una multitud llorosa, que acompañaba sus llantos de gritos y súplicas hacia sus propias murallas. Las mujeres aferraban contra sus secos pechos a los bebés. Los enclenques niños agarraban las túnicas de sus madres. Los ancianos y tullidos caminaban desconcertados y temerosos hacia las defensas de los romanos de las que cada vez estaban más cerca. Finalmente, las puertas de Alesia se cerraron dejando a sus pies una muchedumbre desnutrida e indefensa.
- ¿Qué pretenden César? Entregan a la esclavitud a sus mujeres e hijos sin luchar. ¿Qué clase de pueblo es éste?
- Pretenden ahorrar víveres y ganar tiempo. Deben estar muy seguros de que vendrá un ejército de socorro si realizan semejante sacrificio.
- Más esclavos para Roma- dijo el legado mientras la codicia asomaba a su mirada.
- No Labieno. Eso es lo que ellos esperan de nosotros, que pensando en nuestra propia fortuna, les esclavicemos. Pero a un esclavo le debemos dar de comer y no tenemos víveres para semejante multitud. Nos debilitaría. Es un regalo que no podemos aceptar. No de momento.
Torres vigía de Alesia |
Mandó a los vigías mantenerse alerta e informarle de cualquier movimiento en las puertas de la ciudad, mientras se observaba claramente como la gente se agrupaba y comenzaba a descender por la colina hacia las defensas romanas, en una tétrica procesión de seres desnutridos y desarrapados. César, antes de retirarse de nuevo a su tienda, dio la orden de no permitir que ninguno de los expulsados de Alesia fuera admitido en el perímetro de seguridad entre las dos líneas defensivas y de que no se les dieran víveres de ningún tipo, bajo pena de muerte, aunque nadie en aquel ejército se atrevía a desobedecer una orden de su general. No se solía cuestionar las decisiones fueran de la naturaleza que fueran. Tal era la fe y confianza ciega de todos los legionarios que César tenía bajo su mando.
Galo moribundo |
Durante toda aquella noche los lamentos de mujeres y niños hambrientos, que habían llegado a las primeras defensas romanas y que no se atrevían a franquear, conocedores de las múltiples trampas que los romanos habían preparado y escondido en el terreno, martillearon los oídos de los centinelas. No hacía falta entender la lengua de los galos para saber que lo que demandaban era comida y que estaban dispuestos a entregar a cambio a sus hijos, condenándolos a una esclavitud segura, con tal de poder salvarlos. Pero la orden se mantuvo y César no se apiadó de aquella desafortunada multitud. Comprendieron que su destino había sido trazado y que no era otro más que la muerte lenta y dolorosa que provoca la inanición. Poco a poco volvieron a subir colina arriba, refugiándose a los pies de las murallas de su propia ciudad.