Pero aquella noche no hubo ocasión de esperar. Con un ensordecedor alarido provocado por millares de gargantas, dio inicio un nuevo asalto. Amparados por la oscuridad de la noche, los galos habían atravesado la llanura y se habían lanzado sobre los romanos. Flaco se estremeció ante el grito de guerra inicial de tantísimas gargantas enemigas, deseando tenerlas cerca para poder cercenarlas, aunque no veía nada. Sólo escuchaba ese terrible alarido, ahora acompañado por otro proveniente de Alesia. Vercingétorix, avisado por el grito de sus iguales, también salía a unirse a la fiesta, aunque rápidamente quedó paralizado por el temor que sus hombres le tenían a las trampas de los romanos, más aún en la oscuridad de la noche. La atención, una vez más abandonó Alesia y se concentró en el ensordecedor avance galo desde el sur. Pero muy pronto, aquel estruendo se torno en lamentos. Aquellos gritos eran ahogados por exclamaciones de dolor, por maldiciones, por el sonido de miembros cortados, cuerpos atravesados… Por el sonido de la muerte. Los galos se habían metido de lleno en la zona de trampas defensivas anterior a las empalizadas, que estaba oculta bajo un manto de hojas que la camuflaban. Estaban comprobando con sus propias vidas la tremenda efectividad de las mismas.
Algunos proyectiles comenzaron a caer sobre los romanos que se mantenían firmes en sus puestos, tratando de abrir bien los ojos y estar atentos ante cualquier movimiento para arrojar sus pilum, pero era francamente complicado por la propia oscuridad. Daba la sensación de que el fragor de la batalla volvía a estar en el sudoeste de las defensas, frente al campamento galo. Flaco y sus compañeros sufrían una tremenda inquietud sin saber qué hacer, firmes en sus puestos obedeciendo órdenes, esperando que en cualquier momento aparecieran las hordas galas enfrente de ellos. Pero el que llegó fue un jinete con la orden de César de dejar un contingente mínimo en las torres y el resto acudir con presteza a reforzar el lado sur que estaba comenzando a sufrir un ataque masivo galo que comenzaba a ser incontenible. Flaco no lo dudó ni un segundo y formó en las primeras líneas de aquellos que se concentraban para acudir en auxilio de la legio XIII Gemina, que defendía aquella posición. Al llegar, los proyectiles lanzados desde el exterior caían en gran número, señal inequívoca de la cercanía de los galos.
La multitud de muertos en las trampas se amontonaban en ellas neutralizándolas. Los galos comenzaban a pasar por encima de sus propios muertos, accediendo con mayor facilidad a la altura de los romanos, que con sus pilum y otros objetos arrojadizos de los que disponían, disparaban causando una enorme cantidad de muertos entre los galos. Pero no paraban de llegar más y más. La débil claridad de las antorchas añadía tenebrismo a la situación. El no poder ver más allá de aquella débil luz que mantenían encendidas los legionarios en puestos estratégicos según César había ordenado, hizo que Flaco dudara ligeramente antes de lanzar su primer proyectil una vez alcanzada una optima posición en aquella zona a la que había llegado hacía escasos momentos. Pero sus ojos se acostumbraron rápidamente a la oscuridad y aquello, unido a su innata capacidad de escucha superior a la del resto, hizo que Flaco comenzara a derribar enemigos. Por fin, estaba en el meollo de la batalla y se sentía útil.