Pero cuando César pretende volver a Roma para presentarse de nuevo a las elecciones a cónsul, sus enemigos políticos ya han actuado en su contra y tratan de perjudicarle. Los miembros del triunvirato que dominaban la ciudad ya no lo hacen y sus enemigos se han hecho fuertes dentro del Senado.
· Marco Licinio Craso, el primero de los triunviros, partió hacia Siria para luchar y conquistar el reino de los Partos, pero es derrotado y asesinado en Carrás en el año 53 a.C.
· Cneo Pompeyo Magno, segundo miembro del triunvirato y su antiguo yerno. Tras la muerte de Julia se ha casado de nuevo, pero ha cambiado de bando. La envidia le corroe ante los éxitos militares de César. Pompeyo, el vanidoso, el que se hacía llamar asimismo Magnus, el grande, que siempre se había considerado el Primer Hombre de Roma, ve ahora como hay otro gallo en el gallinero que le eclipsa y no lo puede soportar. Adulado por los optimates decide cambiar de bando y tratar de acabar con César legal o ilegalmente.
La situación del resto de sus amigos y enemigos también ha cambiado ligeramente (o no):
· Marco Porcio Catón, su tradicional enemigo político, un hombre que odia a todo el mundo. Es feo, repulsivo, tacaño, amargado. Cree encarnar en si todas las virtudes la República romana. Se rodea de filósofos, siempre viste de negro y rehuye todos los lujos (excepto el vino) que los considera decadentes. Todo lo nuevo, es malo. Él cree ser el prototipo de romano y todos los demás están equivocados y quieren acabar con la República.
· Marco Tulio Cicerón, el pater patriae (aunque en realidad en los corrillos se le conoce con el apodo de Garbanzo) Tal título se lo concedieron sus aduladores tras la conjuración de Catilina, donde creyó haber salvado la República de un tirano al que ni siquiera concedió el derecho a defenderse en un juicio justo, estrangulando sin juicio previo a todos los posibles testigos que podían haber demostrado que la presunta traición de Catilina no fue tal traición. Tiene tanta vanidad como cobardía y sus opiniones fluctúan de un lado al otro dependiendo del sol que más le calienta. Ha defendido la causa de César mientras le ha interesado, pero ahora que tiene que decantarse por ambos bandos, se esconde como un miserable e intenta pasar desapercibido.
· Publio Clodio Pulcher, su más fiel aliado durante su ausencia de Roma, ha sido asesinado a las afueras de Roma por la banda rival pagado por los optimates y liderada por Milón. Cuando los populi se enteraron de la muerte de Clodio, trajeron su cuerpo al Foro y usaron de pira funeraria el propio Senado. La Curia Hostilia sirvió de combustible para el cuerpo de Clodio. La plebe hacia culpable de su muerte a los senadores optimates y quemar la sede del senado era una especie de venganza.
A César aún le quedan aliados en Roma y el pueblo le adora, tanto por su recuerdo como por sus éxitos en la Guerra de las Galias.
Estamos en el año 50 a.C. y César está en Rávena, la ciudad más importante de la Galia Cisalpina, viendo como se desarrollan los acontecimientos y esperando el mejor momento para volver. No puede volver a Roma sin abandonar sus legiones y su mando, que son su fuerza, pues si lo hiciera, sus enemigos aprovecharían para procesarle e incluso para asesinarle. Y si atraviesa la frontera y marcha con sus tropas hacia Roma, sería considerado inmediatamente un traidor, apresado y arrojado al vacío desde la roca Tarpeya, un saliente de la colina capitolina de unos 200 metros de altura, lugar donde se ajusticiaba a los ciudadanos romanos. César está atrapado e intenta negociar una salida antes que verse forzado a iniciar un conflicto armado, es decir una guerra civil, donde el poder de Roma estaría en juego.
Manda que sus agentes en Roma, Balbo y Curión, comiencen sus movimientos. Balbo acude a Pompeyo y trata de hacerle volver al bando de César, pero sin éxito. Mientras tanto Curión y más tarde Marco Antonio, desde su cargo de tribuno de la plebe, controlan el Senado. Allí, Catón y los suyos están lanzando sus ataques más despiadados a César. César ha enviado una carta al Senado en la cual solicita una entrada triunfal por las calles de Roma como era tradición entre los generales que han conseguido grandes victorias para Roma. Pero el Senado no está por la labor y con Catón a la cabeza exige que:
· César devuelva dos de sus legiones que le fueron prestadas por Pompeyo (el objetivo era debilitarle militarmente)
· Que César deponga su mando y imperium de procónsul y vuelva a Roma para ser juzgado por alargar más de lo necesario la guerra para enriquecerse a si mismo. Además, solicita que César sea entregado a los germanos, a quien ha infringido tan grandes matanzas.
· Se niegue la ciudadanía romana que César, en agradecimiento, ha concedido a sus soldados de la Galia Cisalpina.
· Sean derogadas todas las leyes que César promulgó durante su consulado.
Curion y Marco Antonio hacen frente a todas estas acusaciones y evitan que se hagan efectivas, pero son amenazados de muerte en repetidas ocasiones. Los acontecimientos se precipitan. César solicita poder presentarse al consulado del año 48 a.C. in absentia, es decir sin necesidad de ir a Roma, donde sus enemigos le esperan para juzgarle. Si César era elegido cónsul, la dignidad de ese cargo no permitiría que le juzgaran. Los cónsules del año 49 a.C., Marcelo y Léntulo, intentaron que el Senado les diera el poder absoluto para hacer frente a la amenaza de César y delegar ese poder en el único militar capaz de hacer frente a César, Cneo Pompeyo Magno, que siempre decía:
“Si doy una patada en el suelo de Italia, salen legiones por todas partes dispuestas a luchar por mi”
La moción fue aprobada a pesar de la acción de Marco Antonio, que esa misma noche y amparado por la oscuridad, huyó de Roma para unirse a César. Ya no había solución y la guerra civil estaba servida. Un bando, el de los optimates, se había unido en torno a Pompeyo. El otro bando, el de los populares, apoyaba a César.
César había recibido a Marco Antonio y a sus amigos de Roma en Rávena. Era evidente que el conflicto armado era la única salida. Echando mano a su gladius y delante de sus hombres dijo:
“He aquí quien ha de protegerme”.
Llamó a la XIIIª Legión, concentrándola en las orillas del río Rubicón. Ese pequeño riachuelo marcaba la frontera entre Roma y la Galia, entre el mando legal que César aún detentaba pero que expiraba en un breve plazo de tiempo y ser considerado un traidor a su patria. Durante una noche entera, César estuvo detenido junto a sus hombres, reflexionando, incluso indeciso. Esperaba una señal de los dioses.
Cuenta la leyenda que César soltó unos caballos en ofrenda a los dioses para ver si iban hacia Roma o hacia la Galia. Pero entonces y siempre según la leyenda, un hombre esbelto y de gran belleza que tocaba un instrumento musical con gran destreza a la orilla del río. Los trompeteros de la XIIIª legión se acercaron a escucharle. De pronto el hombre cogió una de las trompetas que se utilizaban para dar señales al ejército y se lanzó a las aguas del Rubicón, llegando hasta la otra orilla. César vio en ese gesto la señal divina que esperaba y se decidió, pronunciando una de las frases más celebres de César:
“Vayamos donde nos llaman los dioses y la injusticia de los hombres. Alea jacta est. La suerte está echada”.
La madrugada del 12 de enero del año 49 a.C. César cruzó el Rubicón, dando comienzo a una guerra fraticida entre romanos por el poder de Roma.
1 comentario:
Es notable cómo los admiradores de Cesar, han de denostar y mentir sobre contemporáneos suyos para engrandecer su figura. Es como si solo se consiguiera hacer de Bush un gran personaje, haciendo de Gore un cobarde mentiroso.
Gracias a esto podemos ver, aún hoy en día, el significado de su nefasta figura. Desde luego, Cesar y Bush comparten grandes objetivos y maneras de lograrlos.
Gracias por la lección.
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