El alarido proveniente de más de cien mil gargantas inició el asalto. Los galos se lanzaron a la carrera por el sur en dos flancos, derecha e izquierda, aprovechando que las defensas romanas, que la noche anterior habían sido tan efectivas, estaban cubiertas de miles de cadáveres que actuaban como improvisados puentes. Pronto estuvieron muy cerca de la empalizada romana que comenzó a escupir proyectiles. La matanza continuaba en masa sin que aún se hubiera establecido un verdadero combate cuerpo a cuerpo que todos los galos anhelaban. Y entonces, el relucir de las armaduras de los hombres de Vercasivelauno, que salieron de entre los árboles, anunció el ataque que la noche anterior todos habían considerado clave.
Con gran saña, se lanzaron sobre las escasas defensas de los romanos en la parte noroeste. Pero Coto supo que aquel sería el ataque postrero cuando vio como se abrían las puertas de Alesia y como lanzando un terrible grito de guerra, todos los guerreros del interior de la ciudad se abalanzaban sobre aquella zona noroeste. César tendría más dificultades, debiendo luchar en el perímetro interior y exterior de su punto débil.
Era evidente que los romanos estaban sufriendo con aquel ataque múltiple. Los galos cada vez estaban más cerca de la empalizada, aunque los romanos se defendían muy ordenadamente. Una gran cantidad de caballería romana, unos cinco mil al menos, hizo un movimiento en el interior del perímetro romano para reforzar la parte noroeste. Parecía como si César supiera que aquella era la clave y tuviera preparada aquella maniobra. Pero no iba a ser suficiente, estaba convencido de ello.
Mientras observaba la batalla, Coto, en su privilegiada atalaya desde donde se observaba todo el campo de batalla, andaba de un lado al otro como un gato encerrado, sin apartar la vista ni un minuto, entre gestos, exclamaciones y maldiciones por aquel maldito dolor de muelas. Parecía que esta vez si la victoria se iba a decantar de su lado, pero de repente se escucharon unos ruidos, como de caballos por el este, lo que le hizo desviar la atención. Y entonces se quedó como petrificado.
Eran romanos a caballo los que se dirigían directamente hacia ellos ¿De dónde habían salido? ¿Eran refuerzos? Aquello no podía ser… En el campamento no había casi nadie. ¡La defensa era imposible! Vio como el pánico se apoderaba de los pocos hombres que le rodeaban. Y entonces se subió al caballo, lo puso al galope y huyó en dirección opuesta a Alesia, tratando de salvarse a sí mismo. Si aquello era un ejército de refuerzo romano, la batalla estaba perdida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario