Vercingétorix ordenó la retirada de los sitiados de nuevo hacia Alesia. Era inútil seguir manteniendo la lucha en el perímetro interior cuando en el exterior todo estaba perdido.
Tras el ataque sorpresa de César, los galos huían en todas direcciones. Cuando vieron que les atacaban por la espalda, el pánico se apoderó de ellos. Los vítores de los romanos, las columnas de humo provenientes de su propio campamento, la espantada de los eduos que atacaban por el sur y la huida precipitada de la caballería de Commio, contribuyeron a crear la situación y precipitaron los acontecimientos. Aquel hombre les había ganado la partida con una maniobra genial. Conseguía estar en todas partes y sus hombres lo sabían. Por eso mismo lo aclamaban.
Al entrar en Alesia el último combatiente galo que quedaba en pie, se cerraron de nuevo las puertas. Sólo se escuchaban los llantos de las madres, hermanas y esposas que habían sido acogidas de nuevo en la ciudad y los lamentos quejumbrosos de los heridos. Todos sabían que aquello era el final. El ansiado ejército que los tenía que rescatar, había fracasado. Su última esperanza se había esfumado.
Vercingétorix y Dadérax (Critognato no había vuelto y nadie sabía dónde se encontraba) encaramados a su atalaya, observaban juntos la horrible escena que se desarrollaba ante sus ojos. Los galos, en desorganizada desbandada, ofrecían a los romanos la posibilidad de masacrarlos, y en ello se estaban empleando, aunque no con gran meticulosidad. Probablemente estarían exhaustos después de tres días de combate casi ininterrumpido. Esa iba a ser su fortuna, que les permitiría conservar la vida pero… ¿Qué sería de ellos?
La capa escarlata de César seguía en movimiento y se le podía observar dando instrucciones aquí y allá, mientras las pocas fuerzas que le quedaban a sus hombres eran empleadas en la reconstrucción acelerada y meticulosa de las defensas.
- Mandaré un mensajero a César. Le ofreceré mi vida a cambio de que respete la vuestra – dijo Vercingetorix mientras alzaba su mentón en un esfuerzo por mantener lo que quedaba de su maltrecha dignidad.
- ¿Respetará Alesia? – dijo Dadérax con la congoja presente en sus palabras.
- César tiene fama de clemente y no querrá destruir una ciudad que va a pasar a sus manos. La respetará.
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