Marco Antonio a caballo. |
Marco Antonio y Trebonio, por orden de César, habían dirigido en la oscuridad de la noche a la mitad de su caballería al lado norte del sitio, aquel lugar en el Monte Flavigny dónde no se había producido ningún combate. Era el sitio más complicado para ello, pues la propia montaña hacía imposible que nadie se acercara por aquel lugar. Sólo una estrecha senda permitía el paso. Allí César había colocado estratégicamente un campamento de caballería, imposible de observar desde Alesia ni desde el exterior. Aquella era su última carta. Todos los campamentos de Alesia estaban dentro del recinto, excepto los de caballería que sobresalían para así, poder permitir la salida en caso necesario. Y aquel era el momento clave.
Los jinetes estaban ansiosos. No veían el combate pero sabían seguro que era encarnizado. Y no hay nada peor que la espera sumada a la incertidumbre. Pero César había sido muy claro en sus ordenes:
- Pase lo que pase, no os mováis hasta que yo aparezca. Cuando yo crea llegado el momento decisivo, iré hacia allí y entonces saldremos. Tardaremos muy poco en rodear esta montaña a caballo y con poco más de dos mil unidades, caeremos sobre ellos por su retaguardia. Deberán luchar en dos frentes ellos también.
Entonces César apareció al galope y todos se pusieron en marcha. En pocos instantes salieron de aquel desfiladero a la parte sur de la llanura.
- Trebonio, coge tres mil jinetes y lánzate contra su campamento que estará desguarnecido- ordenó César- Arrásalo. Haz mucho ruido. Te deben ver desde todas partes. Tienen que creer que son nuestros refuerzos que llegan. Eso les hará temer y dudar. Y tal vez huyan. No les persigas. Ven a reforzarnos. Antonio, tu ven conmigo. Nos lanzaremos contra su retaguardia en el noroeste, en el Monte Rea. Vencer o morir. Roma vincit.
Un grito unísono que repetía las dos últimas palabras de César, retumbó en la montaña y todos se lanzaron tras su general al galope tendido. Él iba el primero, con la gladius en la mano apuntando al combate y la capa escarlata al viento. Había llegado el momento de luchar. Los dados estaban en el aire.
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