La muerte de julio césar
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Tomado del magnífico proyecto Playmobil de los alumnos del blog http://www.elblogdesociales.com/
Aquesta setmana (dimecres 14 de setembre de 2011 a L’Iber Museo de los Soldaditos de Plomo al Carrer Cavallers, 20-22. València) es presenta LOS ASESINOS DEL EMPERADOR, el nou llibre de Santiago Posteguillo, autor de la trilogia al voltant de la vida d'Escipió l'Africà i les seues lluites contra Aníbal en la Roma del segle II a.C. i que ja he recomanat en aquest blog durant l'estiu. Aquesta trilogia va tindre gran èxit i va rebre un premi de la Generalitat Valenciana de gran prestigi.
Ya tenemos fechas para la semifinal y final del concurso de este año, que se realizará en el marco de la Semana Cultural de nuestro colegio:
Dos exèrcits de ferotges soldats grecs armats amb les sarises (xurros de piscina per a no matar ningú) i protegits pels nostres escuds que previament haviem decorat amb monstres mitològics, s'hem constituit en dos falnages i hem lluitat al crit de ERELELELEO , que ens servia per a marcar el ritme i no perdre la formació que era allò més important. Calia espentar els uns als altres i guanyar la lluita eviatnt al màxim la lluita cos a cos. La força del gruop dona la victòria. També hem aprés com era l'equipament complet d'un hoplita, la seua organització interna i externa, per allò pel que lluitavem i abans de llançar-noa a la batalla, hem recitat tots junts la conjuració espartana abans de la batalla:
Flaco tenía la vista nublada. Le costaba cada vez más poder alzar su brazo para asestar un nuevo golpe. Los galos ya estaban por todas partes y el combate era ya un continuo cuerpo a cuerpo que no tenía vuelta atrás. La fortuna les había abandonado y César había desaparecido de la escena. El final se acercaba.
Vercingétorix había observado como César se alejaba del combate. Se había intentado acercar a él, pero era imposible. Al verlo desaparecer súbitamente, pensó que por fin el cerco se estaba rompiendo por el perímetro exterior y quiso verlo con sus propios ojos. Giró su caballo y lo dirigió montaña arriba, buscando un buen puesto de observación que el fragor del combate le impedía. | Marco Antonio a caballo. |
El alarido proveniente de más de cien mil gargantas inició el asalto. Los galos se lanzaron a la carrera por el sur en dos flancos, derecha e izquierda, aprovechando que las defensas romanas, que la noche anterior habían sido tan efectivas, estaban cubiertas de miles de cadáveres que actuaban como improvisados puentes. Pronto estuvieron muy cerca de la empalizada romana que comenzó a escupir proyectiles. La matanza continuaba en masa sin que aún se hubiera establecido un verdadero combate cuerpo a cuerpo que todos los galos anhelaban. Y entonces, el relucir de las armaduras de los hombres de Vercasivelauno, que salieron de entre los árboles, anunció el ataque que la noche anterior todos habían considerado clave.
Mientras observaba la batalla, Coto, en su privilegiada atalaya desde donde se observaba todo el campo de batalla, andaba de un lado al otro como un gato encerrado, sin apartar la vista ni un minuto, entre gestos, exclamaciones y maldiciones por aquel maldito dolor de muelas. Parecía que esta vez si la victoria se iba a decantar de su lado, pero de repente se escucharon unos ruidos, como de caballos por el este, lo que le hizo desviar la atención. Y entonces se quedó como petrificado.
Durante la mañana, los jefes de las tribus galas se habían reunido para planificar la última acción. Uno de los exploradores mandubios, oriundo de Alesia, que salió con la caballería antes de que César cerrara el cerco, había descubierto durante la noche un punto débil, una zona al noroeste que no tenía grandes defensas por la dificultad del terreno derivada de su naturaleza demasiado rocosa y de la entrada de un brazo del río. El explorador sabía que aquella zona podría convertirse en el talón de Aquiles de César, el lugar que podría suponer la ruptura del cerco, una forma de penetrar en el anillo romano. Si conseguían romperlo, la victoria sería suya. Pero no debían concentrar toda su fuerza en aquel punto. Debían despistar a César. Si el zorro romano pensaba en que caerían en su trampa, no iba a ser así. | Dibujo de Alesia en la actualidad |
| Vercingetorix |
| Detalle de un sarcófago del siglo II a. C. que muestra una carga de la caballería romana. Museo Nazionale de Roma, Roma, Italia. |